Si uno tuviera que elegir una frase de la Biblia de sólo tres palabras que resuma todo lo que nuestra fe significa, todo lo que nuestra fe cristiana tiene para decir al mundo, probablemente yo elegiría tres palabras que escuchamos este Domingo: “Dios es amor”. Esta frase es como el punto culminante de toda la Biblia. El largo camino de la historia sagrada que comienza con Israel y se continúa con la Iglesia, culmina en estas palabras que son al mismo tiempo el comienzo y el fin.
Estas tres palabras son la respuesta que podemos dar a un montón de preguntas que a lo largo de la vida nos hacemos. Estas tres palabras son también la respuesta a muchas preguntas que otras personas nos hacen.
¿Por qué estamos en el mundo? Porque Dios es amor y porque Dios nos creó por amor.
¿Por qué creemos en Jesús, nuestro Señor y nuestro Salvador? Porque Dios es amor y nos ha enviado a su Hijo, su propio Hijo, no para condenarnos sino para salvarnos.
Sin embargo, ¿por qué la Biblia nos cuenta que Dios muchas veces se enoja? Porque Dios es amor, un amor apasionado y celoso por nosotros. A Dios realmente le interesamos, Dios se preocupa de nosotros. Como todo buen padre o madre Dios sufre cuando hacemos las cosas mal.
Sin embargo, ¿por qué tantas veces Dios parece lejano e incluso Dios parece que está ausente? ¿Por qué no podemos “ver” a Dios? Porque Dios es amor y nos ama como personas responsables y libres. Dios sabe que si lo “viéramos”, si tuviéramos una experiencia inmediata de su presencia, ya no seríamos libres, ya no seríamos nosotros mismos. Necesitamos libremente elegir el amor para poder ver a Dios.
Pero también, ¿por qué hay tanto sufrimiento en el mundo? La respuesta sigue siendo la misma: porque Dios es amor y en su amor nos ha creado para amar. Pero el amor es una decisión libre, muchas veces no amamos y, por lo tanto, hacemos sufrir.
Pero con relación a esto último quisiera ir más allá: uno de los más claros signos del verdadero amor es querer sufrir por el otro. Una madre, un padre, al ver a su hijo sufriendo por alguna enfermedad o por lo que sea, quisiera poder sufrir en lugar de su propio hijo. Quisiera quitarle ese sufrimiento y llevarlo en sí mismo.
Pues bien, hasta ese punto llega el amor de Dios por nosotros: porque Dios es amor, Dios Padre, en su propio Hijo, ha querido tomar nuestros sufrimientos y la causa de la mayoría de nuestros sufrimientos, es decir, el pecado, Dios ha querido tomarlo Él mismo, porque Dios es amor.
Así entendemos mejor lo que Jesús nos enseña en el Evangelio de este Domingo: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Ese mismo amor del Padre, el mismo amor que Jesús recibe de su Padre, es el amor con el que Jesús nos amado. Ese amor, capaz de llegar hasta la cruz por amor a nosotros, ese amor es el que Jesús nos pide que vivamos.
Pero ese amor es posible sólo en la medida en que aceptamos y vivimos otra frase maravillosa que hoy hemos escuchado. Jesús nos dice: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”.
La amistad con Jesús: ¿qué más podemos pedir?
Este tiempo de la pandemia ha sido y sigue siendo un tiempo en el que la soledad nos ha amenazado. La soledad, ese riesgo al que todos estamos expuestos. Jesús nos ofrece su amistad: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido”. Jesús quiere ser nuestro amigo y por eso, el cristiano que acepta la amistad con Jesús ya nunca estará solo.
Dios es amor, nos dice san Juan. Ustedes son mis amigos, nos dice Jesús. Que estas maravillosas palabras se graben en nuestros corazones y nos ayuden a vivir con esperanza la semana que comenzamos.
Don. Juan Carlos
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