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“Ver para creer o creer para ver?”

El Domingo pasado Jesús nos decía “Felices los que crean sin haber visto!”. Pues bien, Mons. Lozano, obispo de San Juan, en su homilía del mismo Domingo resumía sus ideas diciendo: “ver para creer o creer para ver?”. Creo que estas palabras invitan a la reflexión y tienen mucho que ver también con el Evangelio que la Iglesia nos propone este Domingo.


Por qué digo esto? Porque, si repasamos esta narración (Lc 24,35-48), nos damos cuenta de que Jesús se sorprende de que sus discípulos, sus amigos, no puedan creer que Él está vivo, de que ha resucitado. El relato de Lucas nos cuenta que los discípulos, cuando ven a Jesús, estaban “llenos de miedo por la sorpresa” y que creían ver un fantasma. Entonces Jesús se sorprende de que no crean que Él está vivo y les dice: “Por qué se alarman?, por qué surgen dudas en su interior? Miren mis manos y mis pies: soy yo en persona. Pálpenme y dense cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como ven que yo tengo.” Para los discípulos es más fácil creer que ven un fantasma antes que creer que Jesús ha resucitado… Esta escena del Evangelio me hizo recordar nuevamente la frase de Chesterton: “Cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa”. Y esto sigue pasando frecuentemente: mucha gente que deja de creer en Dios y desprecia la religión, termina creyendo en fantasmas, espíritus, demonios y en todo tipo de superstición.


Incluso el Evangelio de Marcos nos cuenta que Jesús “estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado”. Es más, en el relato de hoy Jesús les muestra las manos y los pies y, “como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos”, comió delante de ellos un trozo de pescado asado.


Supongo que, si Jesús apareciera ahora resucitado delante de nosotros, también nos costaría creer que es Él mismo por la alegría que tendríamos. Sin embargo, lo que importa aquí es preguntarnos por qué Jesús se sorprende de la desconfianza de sus discípulos.

Yo daría esta respuesta: en la mente y en el corazón de Jesús hay cosas que para Él son normales y para nosotros no lo son. La duda y la desconfianza no entran en el corazón de Jesús. Para nosotros forman parte de nuestra vida cotidiana. Jesús, por lo contrario, está absolutamente convencido del poder de Dios.


Quizás la desconfianza es normal para nosotros (y no es normal para Jesús) porque estamos acostumbrados a que nos decepcionen y estamos acostumbrados a decepcionar. No es así en el “mundo” de Jesús, en la mirada de Jesús, en el corazón de Jesús, en su manera de ver el mundo y la vida. Él sabe que “para Dios, todo es posible” y que su Resurrección estaba anunciada en la Biblia, como Él mismo hoy lo dice: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día”.


Por eso vuelvo a las palabras que cité al comienzo: “¿ver para creer o creer para ver?”. Creer en Jesús resucitado no es solamente “saber” que está vivo. Creer en Jesús resucitado significa mirar la vida, el mundo y a nosotros mismos con la mirada de Jesús. Significa entrar en otro mundo; significa “entrar en el Reino de Dios”, como Él mismo lo predicaba antes de morir y resucitar.


En el Reino de Dios, en el que Jesús reina resucitado, no entra la desconfianza ni la duda. En el Reino de Jesús resucitado miramos la vida tal como nos la muestran nuestros ojos, abiertos y despiertos y con los pies sobre la tierra, pero al mismo tiempo, esa misma vida, todo lo que nos pasa, incluso nuestro propio lado oscuro, nuestra experiencia de pecado, todo lo miramos con los ojos y el corazón de Jesús resucitado.

Por eso la carta de Juan, que se lee este Domingo, nos dice que, “si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo”. Jesús está con nosotros vivo y resucitado para dialogar con nosotros a través de los sacramentos de la Iglesia y está junto al Padre para hablar y abogar por nosotros.


Que tengamos la misma confianza de Jesús Resucitado, su misma seguridad de que, pase lo que pase, incluso las peores cruces y dramas de la vida, los planes de Dios se han cumplido y se siguen cumpliendo en medio de nosotros.


Don Juan Carlos

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